27 de febrero de 2009

O magnum mysterium


Teniendo el madrigal Il bianco e dolce cigno ya montado, hemos comenzado a replantearnos el monumental motete O magnum mysterium del no menos grandioso Tomás Luis de Victoria (c1548-1611).
En una entrada anterior habíamos adelantado que esta iba a ser una tarea extraña, habida cuenta de que nos enfrantábamos, no a montar el motete, sino a "remontarlo", es decir, desaprender una serie de datos para sustituirlos por otros. El coro, bajo la batuta anterior, había ya montado este motete basado en partituras que, como también se había dicho antes, arrojaban serias dudas en cuanto a la fidelidad de su edición. Por ello, en realidad, lo que estamos haciendo ahora es montándolo según su primera publicación (Venecia, 1572), que como se dijo, difiere de las partituras con que contábamos antes, y de allí las diferencias que hay que arreglar en su ejecución.
De paso, este retomar el motete nos permite trabajar los dos aspectos más importantes de la obra: El correcto fraseo y la "atmósfera".

El fraseo

La compleja polifonía y la particular manera en que Victoria ocurre a los efectos imitativos en esta obra, tienden a resaltar de una manera espectacular los escasos episodios homofónicos que por ello, adquieren gran relevancia expresiva, especialmente destacando lo admirable de la Encarnación teniendo como testigos de privilegio a los humildes animales que rodeaban el Pesebre. En esa descripción (más espiritual que pictográfica) se concatenan los períodos que se elevan hasta la aclamación final, insistente en su alabanza, que se desarrolla sobre el "Alleluia".

La "atmósfera"

Este es el punto más complicado, pues no sólo está íntimamente ligado al anterior (el fraseo) sino a dos más de la mayor importancia: La afinación y el color.
Cuando de una obra de este estilo y época se trata, la afinación no podemos entenderla como comúnmente se hace (así como quien afina una guitarra). Para empezar, es una cuestión de "temperamento" y para el siglo XVI esto era un punto crucial. En efecto, no se componían las obras en "tonalidades" (fácilmente transportables) como hoy, sino en "modos", cada uno de los cuales tenía su propia "personalidad emotiva y espiritual", por llamarlo de alguna manera, así como que cada parte (Tenor, Bassus, Cantus y Altus) se movían independientemente en "regiones" musicales propias. Obviamente no es este el blog adecuado para entrar en los pormenores de esta parte de la teoría de la música renacentista, ni para el análisis igualmente detallado de la modalidad utilizada en el motete, sólo valga la mención para ubicar de cierta forma el desafío que implica.
En tal sentido, además de "afinar" normalmente (evitar "calar notas", "batir notas" y terminar 99 comas más abajo de donde se empezó, etc.) es necesario rescatar la armonía resultante (en su más exquisita expresión) del manejo que Victoria hace de las cuatro partes, sobre todo en la aparente oscilación (para nuestros oídos actuales) entre las tónicas sol y re. Y digo "aparente" en virtud de que cada parte tiene su propia región (derivada de la teoría de los hexacordios) y la "oscilación" se nos presenta así por nuestra actual manía de "modular". Pero ya veo que me estoy entusiasmando con esto y tampoco es para tanto en esta entrada.
Esta cuestión de la "atmósfera" es la característica fundamental que hace que este motete pueda ser calificado de "monumental" y por lo tanto, hay que prestarle la debida atención.
En cuanto al color el asunto tiene sus "bemoles". En efecto, teniendo la obra como "tónica" (en conjunto) la nota sol (el Gamma ut medieval), lleva a que el Cantus alcance apenas varias humildes notas re con las cuales se debe lograr el efecto deseado, incluso tomando en cuenta "unos cuantos hertzs de más", por el asunto del diapasón renacentista. De allí que esta maravillosa obra deba brillar apenas por sobre el ambiente oscuro del pesebre. Es así que el tema de color particularmente afecte al Cantus. Para las demás voces, salvado el caso del papel que el Tenor desempeña en este tipo de obras, habrá que cuidar la contribución que el Altus hará, principalmente en relación (relativa) al Tenor; y el Bassus, para variar, tendrá la oportunidad de lucir (y lograr) sólidos fundamentos tonales en esas profundidades a que lo manda Victoria, precisamente, por asunto de "atmósfera".
En resumen, sin pretender hacer música descriptiva, la maravillosa aparición, en un humilde pesebre, del Salvador del Mundo, llevó a Victoria a legarnos esta grandiosidad que sí pretende estar a la altura de lo que celebra: El Gran Misterio; y nosotros pretendemos estar a la altura que corresponde para reproducir, una vez más, este homenaje musical que el exquisito compositor abulense dejara para la posteridad y compartirlo con nuestra audiencia.

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